El peso de la noche de los rectores
. DE EL MOSTRADOR.CL
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POR JAIME RETAMAL
Facultad de Humanidades de la Usach.
El historiador Mario Garcés viene de publicar hace un par de semanas un breve ensayo titulado “El despertar de la sociedad”. Se suma así a un sinnúmero de intentos hermenéuticos de comprensión sobre el movimiento estudiantil (social, para algunos) acontecido el año 2011 en nuestro país, y que supone, para muchos, un punto de inflexión histórico-efectual importante.
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Parece que la sociedad chilena, merced a los estudiantes, habría alcanzado un nivel de conciencia distinto al coma inducido por la Dictadura y la Concertación neoliberalizantes; de ahí, la ampulosa y optimista tesis que implica la noción de “despertar”.
No obstante, Mario Garcés, es retóricamente cauto —cualquiera lo sería— respecto al alcance e impacto futuro del movimiento social-estudiantil. En su caso, la retórica argumentativa apunta a las “zonas en que sí los estudiantes pueden provocar cambios recurriendo a sus propias capacidades. .
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Pienso, por ejemplo, en los asuntos relativos al “gobierno universitario”, retomando los avances de la reforma universitaria de los años sesenta, cancelados en la dictadura”.
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Es retórico el “simple” ejemplo de Garcés, y se agradece la retórica, pues resalta aún más lo del todo central, decisivo e “histórico” que implica el grave problema de la casi total ausencia de democracia real en las universidades chilenas desde la dictadura de Pinochet hasta hoy mismo.
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La configuración de un verdadero “peso de la noche portaliano” está a la base de todos los gobiernos universitarios en Chile. Cada rector puede llegar a ser un “petit Portales” si lo desea en su universidad, dado los estatutos orgánicos que desde la dictadura rigen a las instituciones superiores del país; y de ello, para muchos, ni la Universidad de Chile se salvaría, dado lo estético de su Senado Universitario.
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El peso de la noche de los rectores, su pragmatismo político, fue sentido con mayor fuerza el año pasado por los estudiantes; no por cierto en el inicio de las movilizaciones, donde fueron testigos incluso de la marcha de algunos rectores por la Alameda libre, sino más bien, hacia el final, cuando el cuerpo de rectores se omitió de acciones más decisivas a favor de los estudiantes sobre la base de la presión o las ofertas de reforma del gobierno de Sebastián Piñera.
Ahora bien, los defensores de este status portaliano no podían ser otros que los mismos de siempre y su retórica apunta precisamente al contrario de la democracia universitaria, aunque más que retórica, parece artillería.
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Una movilización estudiantil universitaria que no cuestione las formas de gobierno universitario, no existe, no ha existido y no existirá. Y si bien, en el caso chileno, dada la configuración de injusticias en la totalidad del sistema educativo, obligó a los líderes estudiantiles a focalizarse en demandas de orden estructural, no está de más recordar, a modo de simple ejemplo como lo hace Mario Garcés, que si la movilización universitaria continuará su proceso, sin duda afectará, más temprano que tarde, al temible peso de la noche portaliano de la comunidad rectorial. Temible sotto voce, por cierto.
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Ahora bien, los defensores de este status portaliano no podían ser otros que los mismos de siempre y su retórica apunta precisamente al contrario de la democracia universitaria, aunque más que retórica, parece artillería.
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En efecto, el también historiador Gonzalo Rojas se quejó hace un par de días de “aquellos adultos nunca suficientemente maduros que han vuelto a alabar las supuestas bondades de la reforma universitaria del 67 al 73 en nuestra Patria (…) que uno que otro profesor, que una que otra doctora —muy pocos, pero encandilados con una supuesta segunda juventud 45 años después— vayan de foro en foro, de campus en campus, hablando de rosas y claveles donde casi sólo hubo espinas y abrojos, resulta penoso”.
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Y remata Rojas con firme enojo refiriéndose a los reformistas universitarios de fines de los sesenta, “qué cogobierno ni qué ocho cuartos: lo que querían era controlar las pocas universidades existentes en el país, transformándolas en centros de poder al servicio de una determinada revolución y excluir de ellas toda visión ajena al marxismo.”
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No es ninguna novedad, por cierto, que un Guzmanista-Pinochetista como Rojas —académico de fuste de la Universidad privada más importante del país— esté contra la real democracia universitaria. El pensamiento de Jaime Guzmán y su gremialismo se forjó al calor y contra las reformas universitarias que pedían un cogobierno efectivo. Las nuevas generaciones, en eso, le siguen su huella.
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Hace un par de días Carlos Oyarzun, presidente del Movimiento Gremial; Cristóbal Aguilera, vicepresidente primero Movimiento Gremial; y Álvaro Pezoa, vicepresidente segundo Movimiento Gremial de la Universidad de los Andes, argumentaban que el cogobierno universitario es contraproducente y contradictorio con las supuestas demandas por calidad educativa del movimiento estudiantil. ¿Por qué? Porque “quienes tienen la mayor capacidad, por conocimiento y experiencia, de decidir el rumbo de la universidad son los académicos y no los alumnos (…) los alumnos hemos ingresado a la universidad para formarnos, crecer y aprender, para luego gobernar, dirigir con prudencia y sabiduría, lo que permitirá que seamos un aporte sólido y sustantivo a la sociedad.”
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En fin. El “simple” ejemplo del historiador Mario Garcés parece estar tomando forma, pues el actual presidente de la Federación de Estudiantes de la PUC, Noam Titelman, escribió en El Mercurio hace unos días sobre la relevancia de realizar “una discusión en donde la comunidad UC piense y recuestione su modelo de gobierno actual que se caracteriza por mantenerse inmutable desde la creación de sus actuales estatutos en 1980.” Según él, se trata de un modelo de gobierno que “no está respondiendo a las demandas de participación de la comunidad ni tampoco a la adaptación de la institución a los cambios sociales en los últimos 30 años.”
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El Rector Sánchez de la UC no se demoró en contestar. Y respondió en verdad como cualquier rector respondería:
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“No debe confundirse con apuntar hacia un cogobierno en el manejo y conducción de las universidades […] la Pontificia Universidad Católica de Chile ha sido fundada por la Iglesia, es parte integral de ella, y, con autonomía académica y de gestión, está en permanente comunión con la Santa Sede. Nuestra misión es ser un puente en el diálogo fe y cultura, aportando en la formación de personas y en la creación de nuevo conocimiento, trabajando por el desarrollo del país.”
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Lo dejo como reflexión… y bien por Garcés.
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